La Inquisición

Por Marc L. Nash

El sentido estricto del término “inquisición” equivale a investigación. Los prejuicios acumulados a través del tiempo sobre esta institución han servido para desorientar a generaciones de todas las tendencias intelectuales, asociando su nombre con el de la Iglesia Católica, sobre todo la española y haciéndola símbolo de crueldad e intolerancia.

La Inquisición fue inicialmente una institución judicial de la Iglesia Católica establecida en la baja edad media para combatir la idolatría, la herejía y otras prácticas contra la fe y mantener la unidad cristiana. Sus jueces o inquisidores actuaban en la investigación de estos delitos. Esta institución de la Iglesia fue creada en 1184 en la zona de Languedoc, en el sur de Francia para combatir la herejía de los cátaros o albigenses.

Hasta 1230, se conocía oficialmente como “Inquisición episcopal” porque no dependía de una autoridad central sino administrada por obispos y clérigos locales. En 1231, ante el fracaso de la Inquisición episcopal, el Pontífice Gregorio IX creó mediante una bula Excommunicamus la “Inquisición pontificia”, dirigida directamente desde el Vaticano en Roma y dominada por órdenes de los dominicos. Ya para 1249, se implantó también en el reino de Aragón, (en lo que hoy conocemos como España).

La Inquisición medieval

Durante la dominación de los papados, el régimen de la cristiandad había fundido en un sólo bloque la religión, la cultura y el poder civil. Dos grandes movimientos de la época ilustran esta dominación: las cruzadas y las universidades. Poco después, en sintonía con la ominipresencia de lo religoso en la vida del hombre medieval, surgieron cuestionamientos sociales expresados mediante argumentos religiosos. Estos cuestionamientos fueron vistos como una amenaza contra la sociedad. Por considerar estos cuestionamientos como heréticos, siguiendo la legislación cesarista, se organizó una represión contras las mismas en casi toda Europa. Catalogada de doctrina anárquica y antisocial, la herejía, se reprimió partiendo de las leyes penales seculares ya establecidas. La Iglesia colaboró con los poderes públicos.

El acontecimiento crucial que daría paso a la Inquisición tuvo lugar en el sur de Francia, en Provenza, zona que gozaba de autonomía y de cultura propia. El conde Raimundo VI de Tolosa quiso la expansión de la secta de los cátaros, conocidos también como albigenses, ya que su centro estaba en la ciudad de Albi, cuyo ascetismo y espiritualismo rechazaba los sacramentos como algo material. No obstante, el espíritu disgregante y la ola heterodoxa de los albigenses evidenció la exigencia de la intervención de la Iglesia, destacándose en estas actividades el papa Inocencio III. Los poderes civiles fueron sustituidos por la acción directa de los legados papales, designados especialmente para dirigir la lucha contra los albigenses. El papa Inocencio III, envió numerosos monjes cistercienses a predicar en aquella región, pero la crisis se agudizó con el asesinato del legado pontificio, Pedro de Castelnau, en 1208. El conde Raimundo, sospechoso de complicidad, fue excomulgado.

Aun así, los cátaros o albigenses, continuaron su expansión. El papa decidió organizar una cruzada contra ellos, la cual fue aprovechada por los nobles del norte de Francia, para someter Provenza al reino de Francia. El hecho determinó la lucha sangrienta en los campos de Francia hasta el Tratado de 1229.

El papa Gregorio IX amplió a toda la Iglesia la pena de muerte establecida por el emperador alemán Federico II para los herejes, y en 1231 creó el Tribunal de la Santa Inquisición, encomendado a la nueva orden de los dominicos, cuyo objeto era investigar, indagar en busca de pruebas, detener y juzgar a todo sospechoso de herejía o idolatría. Este nuevo Tribunal de la Inquisición actuó sobre todo en el sur de Francia, el norte y las partes centrales de Italia, el reino de Aragón, Alemania y Hungría, penetrando en toda Europa por el edicto de Ravena de 1232, con la excepción de Inglaterra, donde hasta 1401 el Parlamento no aprobó la ley contra la herejía. Hay pruebas de que aunque no se implantó la Inquisición en Inglaterra hasta mucho más tarde, muchos herejes, sobre todo los lolardos, caracterizados por la austeridad de sus costumbres y discípulos de Walter Lollhart, fueron condenados conforme a edictos de Enrique IV. Toda esta extensa acción contribuyó a proteger la unidad moral europea hasta el advenimiento de la Reforma Protestante.

Los procedimientos que debían seguirse en la Inquisición y condena de los delitos de herejía fueron detalladamente establecidos por el mismo Gregorio IX, mediante el Manual práctico de inquisidores de San Raimundo de Penafort y, posteriormente, por el Directorio de los inquisidores de fray Nicolás Eimerich, aragonés como el anterior.

En términos generales, se les concedía a los sospechosos el tiempo para confesar espontáneamente sus culpas, en cuyo caso se les absolvía con ligeras penitencias. Si no había confesión, el acusado era llevado ante el inquisidor y se procedía al interrogatorio y juicio, con declaraciones de testigos. De antemano, el inquisidor hacía pública la sentencia, usando los “autos de fe”. Si el condenado mostraba su arrepentimiento, aún se le castigaba, según la gravedad del delito, con la confiscación de sus bienes, la cárcel, u otras penas, incluso la tortura. Si se negaba a abjurar de sus errores, o si había recaído después de alguna condena, era entregado al brazo secular para la ejecución de la pena capital, usualmente la hoguera.

La tortura del garrote y el látigo, el potro, del agua y “la toca” se usaban para obtener la confesión. Aunque estos procesos eran habituales de la época, fueron rechazados por los Papas, que incluso llegaron a encarcelar a algunos inquisidores por demasiada crueldad. “La toca”, que era una tela blanca, se introducía en la boca del acusado, intentando incluso que llegara a la tráquea, y se vertía agua sobre la toca, que al empaparse, daba la sensación de ahogamiento, además de muchas arcadas. En el caso del potro o ecúleo, la víctima era atada de pies y manos a una superficie conectada a un torno. Al girar el torno tiraba de las extremidades en sentidos opuestos, usualmente dislocándolas o desmembrándolas. En 1252, el papa Inocencio IV autorizó el uso de la tortura cuando se dudara de la declaración de los acusados.

Durante los siglos XIV y XV, la Inquisición decayó, y con frecuencia fue utilizada en casos aislados con fines políticos. Ejemplo de ello sería la quema de Santa Juana de Arco en Ruán, en 1431. Tras el declive de esta institución, surgió otra más severa, la Inquisición española, que alcanzó un enorme poderío, incluso en sus colonias americanas.

La Inquisición española

Los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, deseosos de consolidar la unidad religiosa y política y de reprimir a los falsos judíos conversos que formaban una poderosa burguesía urbana, consiguieron el consentimiento del papa Sixto IV en 1478 para nombrar a los inquisidores.

La Inquisición española presentó características propias y por ello representó más que la continuidad de la decaída Inquisición medieval europea. Desde el comienzo, los

Reyes católicos lograron la independencia funcional de la Inquisición española, De hecho, el papa Inocencio VIII tuvo que retirar a los antiguos inquisidores del reino de Aragón. Esta "nueva" institución, de facto se convertiría en una jurisdicción del estado en materia religiosa, ejercida mediante el nombramiento y retribución de los inquisidores.

El momento político de la época comportaba graves riesgos y crisis, especialmente en estos años de la Reconquista. La sociedad española estaba integrada por comunidades heterogéneas con mentalidades y aspiraciones divergentes. La Reconquista significaba la extensión del poder cristiano sobre el musulmán en la península. La otra parte de la crisis político-reliogiosa era el judío converso, que creaba un obstáculo para el logro de una verdadera unificación nacional. A pesar de las diferentes ideologías entre las poblaciones cristiana y musulmana, el problema más grave para España continuaba siendo el criptojudaismo; es decir, el judío tradicional que existía en la península. Aquí quizás se halla la raíz de la fundación del Santo Oficio de la Inquisición, encaminado a proteger la estirpe nativa de los llamados cristianos viejos y mantener “la pureza de sangre cristiana.”

Vale la pena señalar que en la España medieval esta crisis casi no existió por largos períodos, donde las tres comunidades religiosas (cristianos, moros y judíos) convivían con mucha tolerancia. Henry Kamen, en su libro, la Inquisición española dice:

Dentro de los territorios de cada comunidad, se toleraba a las minorías disidentes hasta un punto en que a veces es posible considerar las divisiones raciales o religiosas como ajenas a la cuestión: bajo dominación musulmana había cristianos (los mozárabes) y bajo dominio cristiano musulmanes (los mudéjares). En tal estado de cosas era evidente que las consideraciones políticas eran lo principal. Además, las diferentes comunidades compartían una cultura común, que diluía los prejuicios raciales, y a menudo se acordaban alianzas militares sin tener para nada en cuenta la religión. San Fernando, rey de Castilla de 1230 a 1252, se llamaba a sí mismo "rey de las tres religiones," pretensión singular en una época de creciente intolerancia en Europa, (p. 10)

En 1480, y de acuerdo con la Bula promulgada por Sixto IV, nombraron los Reyes Católicos a los primeros inquisidores en Medina del Campo. A finales de este año, se establecían en Sevilla, iniciando sus actividades inquisitoriales con extremo rigor, cuya fama llegó a Sixto IV, quien se quejó amargamente en epístolas dirigidas a los Reyes Católicos. La Inquisición que existía en Aragón se hallaba en plena decadencia, motivo por el cual Fernando el Católico, enfrentado con el Papa, aspiraba al establecimiento de una moderna Inquisición para combatir las disidencias religiosas, afirmando el dogma ortodoxo. Establecido el tribunal en Sevilla, los Reyes Católicos extendieron la Inquisición por toda España.

En 1483, se creo el Consejo de la Suprema y General Inquisición, fue nombrado Inquisidor General el dominico fray Tomás de Torquemada. Con Torquemada, se inicia la etapa fundamental de la historia de la Inquisición española. Se considera a Torquemada como el artífice y creador del Santo Oficio, debiéndose a él la organización y el impulso del proceso histórico nacional. Torquemada redacta el Código o Instrucciones procesales que presidirían las actuaciones y los métodos inquisitoriales, rigiéndose así todos los distritos por las mismas reglas inquisitoriales.

Felipe Antín en Vida y muerte de la Inquisición en México, señala que Torquemada era el confesor de la Infanta de Castilla, la futura reina católica. Antín añade que fue Torquemada, ya cerca de los 60 años, que logró convencer a los Reyes Católicos que los judíos conversos constituían una amenaza mayor, que había que limpiar a España de los judaizantes:

Al desaparecer la barrera religiosa, al ser todos cristianos... Pronto no hubo en España familias que pudieran alardear de ser puras, de no tener ni una sola gota de sangre hebrea en sus venas. Acumularon mayores riquezas que nunca, desplazaron de los negocios a los cristianos viejos, y aunque cumplían con la Iglesia, la verdad es que secretamente, y hasta ostensiblemente, celebraban en privado las festividades de su religión. Entonces el pueblo empezó a llamarlos judaizantes y marranos, de maranatha, que significa malditos.

La obra de Torquemada, perfeccionada con nuevas experiencias y otros inquisidores, seguiría usándose con reformas introducidas hasta 1561. Desde entonces, no hubo más cambios, bajo el Inquisidor General, Fernando de Valdés, de Madrid. El manual Compilaciones de las instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición de Torquemada fue publicado en 1576 en España. Torquemada ha quedado como símbolo del fanatismo y de la crueldad de la Inquisición española; se calcula que unas dos mil personas murieron en la hoguera mientras tenía Torquemada el cargo de Inquisidor General. La actuación de los primeros inquisidores en Sevilla fue tan dura que el papa Sixto IV trató de intervenir, aunque sin ningún resultado concreto. Durante algunos años, continuaron las diferencias entre los Reyes Católicos y la Santa Sede en el Vaticano, con muchas cartas cargadas de tensiones ásperas entre estos dos poderes.

La Inquisición en América

La Inquisición llegó también a las colonias americanas de España. Los Monarcas le ordenaron a Diego Colón, gobernador de La Española, de no llevar al Nuevo Mundo personas sospechosas. Felipe Antín comenta los deseos de los reyes: " la conversión de los indios a nuestra santa fe católica, y si allá fuesen personas sospechosas en la fe podrían impedir algo de dicha conversión; no consistáis, ni deis lugar a que allá pueblen ni vayan moros, ni herejes ni judíos, ni reconciliados, ni personas nuevamente convertidos a nuestra santa fe."

De manera que para pasar a las provincias americanas había primero que obtener licencia regia, previa comprobación de que el interesado era verdaderamente cristiano puro. En los primeros años no había un Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, entonces recayó en manos de los obispos, para que mantuvieran una pura sociedad cristiana. Ya en 1519, Carlos V (I de España) nombra los primeros inquisidores apostólicos, entre ellos al Fray Pedro de Córdoba. En 1570 y 1571, Felipe II creó tribunales en Lima y en México; en 1610 se estableció uno en Cartagena de Indias. Los indígenas no caían bajo la jurisdicción de la Inquisición y quedaban al amparo de los obispos y clérigos. Los amerindios eran básicamente forzados a la fe católica, ya que los consideraban animales sin alma en necesidad de salvación. No todos los obispos eran así de intolerantes, vale la pena recordar “el apóstol” de los amerindios, el fray dominico Bartolomé de las Casas, que vino en su defensa al denunciar ante la corona la crueldad de algunos clérigos o españoles contra los indígenas, en su Brevísima destrucción de la Indias.

La Inquisición, de cualquier forma, tuvo en los nuevos territorios un marcado cariz político. Los procedimientos de castigo eran los mismos. Todos los que llegaban o nacían en las colonias, conocían de los delitos contra la fe y la religión, la disciplina y las buenas costumbres y la dignidad y respeto al sacerdocio y los votos sagrados: herejía, blasfemia, apostasía, maniqueísmo, judaísmo, sacrilegios, hechicerías o supersticiones, promociones escandalosas, bigamia o el concubinato, homosexualidad o posesión de libros prohibidos. Estaban sujetos a la jurisdicción del Santo Oficio de la Inquisición todas las personas, por importantes que fuesen, excepto los indígenas.

La Inquisición ya estaba decayendo durante el siglo XVIII; fue suprimida por la Constitución gaditana de 1812. Fernando VII la restableció, pero se fue extinguiendo a medida que se independizaban las colonias de la corona española.

Aunque la Inquisición española fue instituida para perseguir a los falsos conversos, se convirtió eventualmente en un complejo aparato represivo utilizado por los cristianos viejos para conservar la pureza del catolicismo español de manera obsesiva e intolerante. Al viejo problema de la intolerancia étnico-religiosa, la aparición de teorías reformistas aumentó la intolerancia en España y en América.

El papa Paulo III restauró otra forma de la Inquisición en Roma en 1542 para combatir el protestantismo, y probablemente con el propósito de actuar con independencia respecto a la Inquisición española, que constantemente trataba de instalarse en los dominios políticos y religiosos de Italia. Portugal también tenía su propia Inquisición portuguesa para frenar el protestantismo y la herejía en sus territorios, en Europa y en Brasil.

Inglaterra, aunque menos se comenta o se escribe de ello, a causa de la censura, tenía la “Inquisición protestante” para mantener la Reforma inglesa dentro de sus territorios y combatir el catolicismo, e incluso en Estados Unidos, además de los tribunales o proceso de brujería y hechicería que ya estaban establecidos. Acerca de la Inquisición protestante reformista, artículos de interés serían: Protestant Inquisition: Reformation Intolerance and Persecuation por Dave Armstrong y Protestant Inquisition: The English Reformation por Dennis Martin.

La España católica contrarreformista trató de controlar el pensamiento español en todos sus territorios prohibiendo la entrada de escritos luteranos y se estableció un Índice de libros prohibidos. En teoría se castigaba con la pena de muerte y confiscación de bienes a los poseedores de estos libros. Irónicamente España al no dejar circular estos libros, logró su preservación. Según Eugenio Chang-Rodríguez, en su libro, Latinoamérica: su civilización y su cultura, "se temía que estos libros pudieran contribuir a desarrollar un espíritu imaginativo y renovador que amenazara el orden secular y religioso imperante. Afortunadamente esta prohibición no siempre se cumplió," Chang-Rodríguez señala aún más que muchos libros prohibidos llegaron a América, especialmente los de caballería.

Sebastián Quesada nota en sus Cursos de civilización española que la Inquisición española estaba en su esplendor durante el Renacimiento, momento muy apto para el desarrollo intelectual y científico. Como muchos han demostrado, muchos de los logros culturales más grandes se lograron en los siglos XVI y XVII, en plena temporada inquisitorial.